Salvador García Soto.
En las últimas semanas personajes que han visto en privado al presidente López Obrador y los ha recibido en su despacho de Palacio Nacional, comentan con cierta preocupación una frase que repite dentro de su plática el mandatario: “Esto es la lucha por el poder, que nadie se sorprenda de que yo haga cualquier cosa que tenga que hacer para mantener el poder”.
La frase presidencial en el contexto de su cuarto año de gobierno confirma la radicalización cada vez más evidente de los estilos de gobernar del mandatario y de las propuestas, iniciativas y acciones de su 4T. Y coincide con lo que el pasado 23 de marzo, anunció en su conferencia, cuando habló de “una revolución no violenta” en marcha y advirtió a sus críticos y opositores: “Lo mejor de esto es lo peor que se va a poner”.
En esa lógica es que el presidente ha dicho en estos días que en el 2024 “les vamos a ganar por paliza”, mientras pone a girar a sus “corcholatas”, Marcelo Ebrard, Claudia Sheinbaum y Adán Augusto López. También en esa misma lógica el presidente, que construyó un aeropuerto como el AIFA por capricho y contra todas las recomendaciones técnicas y de aviación, hoy declara un nuevo criterio de “saturación” en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México para permitir sólo 50 vuelos por hora y no 60, y obligar así a que aerolíneas y pasajeros utilicen su lejano e inaccesible aeropuerto.
Igual que le ordenó al Ejército empezar a talar la selva maya y arrasar todo a su paso para cambiar el trazo original del Tramo 5 del Tren Maya sin contar con los estudios de impacto ambiental.
En la advertencia maquiavélica del presidente, de que “el fin justifica los medios” y él hará “lo que tenga que hacer para mantener el poder”, se puede incluir también la estrategia para dinamitar y desacreditar al INE y al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, con un intento de Reforma Política.
Y como de entrada la oposición ya le dijo que no va con su reforma electoral, el presidente se prepara, con ese mismo talante autoritario y maquiavélico para intensificar su campaña de ataques y desprestigio al INE y a los magistrados electorales.
Lo más grave que puede ocurrir, en esa prioridad que ya ha marcado el presidente como su principal objetivo de aquí al final de su sexenio, es que en su frase de “hacer lo que se tenga que hacer”, esté incluido un eventual desconocimiento de las autoridades electorales y con él de un resultado de la elección presidencial de 2024 si es que éste no favorece a su partido.
Aunque ese escenario hoy se ve poco probable –no el discurso de “fraude” que es una constante en AMLO si no la posible derrota de Morena en la presidencia–, lo más peligroso que podría ocurrirle al país y a su ya de por sí torpedeada democracia, es que el hombre que una vez bloqueó el Paseo de la Reforma por varios meses y se proclamó “presidente legítimo”, volviera a gritar “¡fraude!” en una elección presidencial y volviera a agitar a las masas que hoy, a diferencia de aquel lejano 2006, sí lo seguirían sin pensarlo a un movimiento de protesta que pondría en riesgo la estabilidad y legalidad del sistema político y democrático en la República.
Así que esperemos que en esa frase que está repitiendo el presidente a quienes conversan con él en privado de que “nadie se sorprenda” y que hará “lo que tenga que hacer para mantener el poder”, no esté incluida una ruptura del orden constitucional y legal que abriría una puerta tan impredecible como peligrosa, que tendría punto de apertura, pero difícilmente tendría un buen cierre.