Oliver Velasco*
Recientemente se han difundido en los medios noticias sobre iglesias incendiadas en Canadá, estos ataques han sido derivados del macabro descubrimiento de restos de niños nativos en las que se supone fueron instituciones dedicadas a su cuidado, y que tienen que ver con el catolicismo en aquellos lares. Por una parte la falta de información respecto al; ¿Qué hacen allí esos cuerpos? Y ¿Cómo se dieron las circunstancias que provocaron sus decesos? Han despertado las suspicacias de la sociedad y su respectiva indignación. Estas manifestaciones han tenido por objeto no solo a las iglesias católicas de aquel país, sino que también a la iconografia del régimen colonial británico: estatuas de la reina y de la época victoriana han sido banalizadas y derribadas. Esto nos trae una serie de cuestionamientos sobre la sociedad civil en la actualidad, que se traducen a la política y a lo que la sociedad ha interiorizado como sus derechos y que se puede observar tanto de manera optimista, como de manera polarizante.
La sociedad está molesta con la iglesia católica y con la forma tradicional de gobernar que dejo de lado a los más vulnerables durante tanto tiempo a pesar de sus predicas, pero que sólo hasta nuestros días, en una época post-escases se ha podido visibilizar. Esta molestia se lleva acumulando a lo largo de muchos años, hasta siglos. Y se puede explicar por dos vertientes complementarias, que convergen en un cambio cultural que va a causar muchos cambios y conflictos políticos y sociales, que ya estaban ahí, pero que cada vez más se agudizan y se traspalan a prácticamente todos los debates públicos.
La primer vertiente tiene que ver con la falta de congruencia entre la doctrina que expresan los libros sagrados, las doctrinas desde los pulpitos y las tribunas, las constituciones que promulgaban la igualdad entre los seres humanos, en contraparte a las acciones institucionalizadas por sus organizaciones para reprimir a los ciudadanos y feligreses, ocultar la información de sus actos y disciplinar a sus miembros. En particular, el esquema organizacional de la iglesia es jerárquico y rígido, al igual que su cosmovisión. No se puede decir que el cristianismo en su doctrina promueva la democracia, es un sistema donde la voluntad de Jehová, Dios o Yahvé se adoptan o no se adoptan. Las personas se someten a la ley de Dios o caen de su gracia, a pesar del supuesto amor infinito que existe del padre hacia sus hijos. Por su parte el sistema democrático es similar; no hay nación en el mundo que no diga que es democrática, incluso las más descaradas dictaduras adoptan un discurso de república popular. Lo cual implica necesariamente la dictadura de un sistema con valores igualados a todo el mundo a través de un proceso de democratización, aunque esta tenga que sea con bombas.
Desde algunas perspectiva cristianas la salvación no viene ni siquiera del arrepentimiento, aunque en la concepción católica sí. Sin embargo, ésta misma noción de arrepentimiento implica nuevamente someterse a la dictadura de Dios no por un pacto social tipo Rousseau, sino por un miedo a la eternidad de castigo.
Con el advenimiento de la modernidad y los sistemas democráticos, cada vez ha sido más cuestionada la forma de inserción de este pensamiento en la vida cotidiana, ya que la democracia también aspira a situarse como modelo totalitario de vida de la sociedad. La laicidad y la democracia cuestionan cada vez más la doctrina cristiana jerárquica y dictatorial a veces incluso de manera violenta con una nueva dictadura basada en ideales de la razón. Así que como sociedad nos cuestionamos si pasar de una dictadura a otra es lo más viable para nuestras vidas, si estos esquemas verdaderamente representan la totalidad de las necesidades de nuestra individualidad: el yo latino, afrodescendiente, indígena, mujer, homosexual, y tantos otros.
Pero esto no quiere decir que la doctrina cristiana no le haya aportado nada al mundo, quiere decir, que en estos tiempos no se percibe como un aporte que el mundo requiera o desee de manera global. Y es precisamente aquí donde viene la segunda vertiente; a pesar de que se critica la falta de congruencia entre los principios y la práctica tanto religiosa como democrática, no quiere decir que estas vayan a desaparecer. Más que como sociedad, ahora como individuos le estamos buscando un sentido a vivir juntos y nos encontramos en una realidad nueva, donde si bien aún existen las necesidades básicas, los reclamos sociales se están enfocando en la convivencia, mas allá de la supervivencia. La consciencia social por los nuevos derechos va más allá de la mera critica a la incongruencia, y reimpulsa una agenda de minorías, de grupos étnicos, que buscan su lugar en el mundo.
El cristianismo puso orden al mundo en el momento que esté lo necesito, después de la caída del imperio Romano. Pero ese orden jerárquico poco a poco se ha ido resquebrajando y nuevas formas de pensar no compatibles con la jerarquía cristiana van apareciendo y van permeando en cada vez más sectores de la sociedad mayoritarios, que desechan está idea de vida de sometimiento al destino. Así la modernidad vino a imponer un nuevo orden en la democracia y en las estructuras mayoritarias como las mas justas, pero poco a poco también los tiempo han demostrado su falibilidad. La razón ya no es solo una cosa abstracta y tiene matices, la democracia de la misma manera no es perfecta, sino perfectible y está en cuestionamiento constante. Los nuevos tiempos exigen nuevas formas de convivencia, pero también hay resistencias, ningún cambio deja de tenerlas.
Esto por el otro lado, ha radicalizado algunas nociones del cristianismo que son cada vez más conservadoras, rígidas y ganan adeptos más inmersos en una noción del mundo pecador y descompuesto por no someterse a la voluntad del creador de manera literal. Y debemos cuidar que lo mismo no ocurra con la democracia, donde solamente se permita la participación de los partidos políticos o de ciertos actores en la vida pública, donde se radicalice la opinión de un solo sector mayoritario de la población y se polarice el debate público. Vivimos en estos delicados tiempos de cambio y toma de consciencia, de resistencia y de radicalismo. Podremos juzgar las formas de las manifestaciones, pero espero este escrito ayude a entender algunas de las posibles causas del porque se dan.
*Profesor de la Universidad Autónoma de Sinaloa en la Facultad de Ciencias Sociales en las licenciaturas de economía y sociología. Licenciado en filosofía maestro en estudios filosóficos por la Universidad de Guadalajara, maestro en gestión pública aplicada por el Tecnológico de Monterrey campus Guadalajara. Actualmente doctorante en la Universidad Autónoma de Nayarit/ Integrante de Unidad Democrática Sinaloa.
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