Por: Miguel Ángel Domínguez Mancillas.
Twitter: @RealKinoGuyHere
¡Madre!, séptimo largometraje del neoyorquino Darren Aronofsky, sigue la línea extremista que ha definido a lo largo de su carrera a la par de sus narrativas obsesivas y de índole religiosa. Seguimos (literal) a madre (pasiva y frágil Jennifer Lawrence), quien con cuidados lentamente restaura la casa en la que viven ella y su esposo, Él (Javier Bardem con carisma apático), un poeta reconocido esperando la inspiración para producir una nueva obra. Un día llega un hombre extraño a la morada, desembocando un mal que pondrá a prueba la resistencia de madre y su relación con Él.
La, en tiempo presente, última cinta de Darren Aronofsky se cuenta a través de metáforas. El relato, un filme tipo invasión casera que se expande conforme la película avanza, sirve de vehículo para un discurso ambientalista, que, en sus (limitadas) lecturas, está apuntando a la religión como la causante de su destrucción, de ahí su reinterpretación del Génesis. Es el fanatismo lo que nos conduce a nuestra extinción. Qué pena que su mensaje salga a flote a costa de cualquier rastro de ambigüedad o sutileza para el deguste de la audiencia.
La forma de la metáfora es correcta, los elementos para identificarla están acomodados, con tal precisión que es muy complicado pasarlos por alto. Sabe camuflar sus pasajes bíblicos en escenas mínimas o grandes eventos sin alterar el flujo de la historia, aún cuando te percates del cometido. Todas esas cosas muy bien, el problema es que se prestan a un mensaje simplista. El armado es complejo, sí, pero las reflexiones le quedan cortas.
Eso sí, todo lo fallido en su trasfondo se compensa con visceralidad. Aronofsky es un maestro cuando se trata de inducir angustia al espectador: la cámara que nunca se le despega a Jennifer Lawrence, los cortes frenéticos como puertas, no de escape, sino entradas más profundas a la pesadilla, el audio de interiores crujientes (por momentos demasiado insistente) y el constante movimiento de los intrusos al fondo de los encuadres. A esto le sumas la inyección de violencia gratuita (mirada apática al servicio de torturar a su protagonista) y queda todo listo para el viaje descrito por muchos como infernal. Ese control tan definido que tiene es lo que salva al filme como experiencia sensorial.
Lástima que su discurso tenga poco que ofrecer. Recuerda mucho de los cortometrajes de Steve Cutts (Man, 2012), pero aquellos no pretenden tener más de lo que dicen. El infierno al que se asoma ¡Madre! no termina por cimentar la misma fuerza que las obras anteriores del director: es lógico, el guión nació de la angustia inmediata, su borrador fue escrito en 5 días, mientras que el resto de sus ideas para cintas estuvieron mejor reposadas. Su manejo de actores, cámara y la edición se mantiene intacto; es el obvio guión que quizás, de haberle faltado su metáfora tan redonda, pudo haberse explorado de formas más interesantes (aunque ya estaríamos hablando de un filme sustancialmente distinto.