El día más negro JORGE FERNÁNDEZ MENÉNDEZ (EXCELSIOR)

 

 

Extorsionar, traicionar a cambio de beneficios legales y detener arbitrariamente a familiares de senadores son todas formas de corrupción y prácticas ilegales.

No somos iguales, repetía ayer en el Senado el exgobernador de Oaxaca, Alejandro Murat, quien días después de entregar su estado a Morena dejó su partido, el PRI, para integrarse al oficialismo. Le pagaron con una gubernatura.

No somos traidores, decía Miguel Ángel Yunes Linares, minutos después de rendir protesta como senador en reemplazo de su hijo, Miguel Ángel Yunes Márquez, y luego de entrar al recinto ovacionado por los senadores de Morena que fueron, hasta minutos antes, sus enemigos declarados.

El senador Daniel Barreda no se presentó a la sesión porque su padre fue detenido la madrugada de ayer por la policía de Layda Sansores en Campeche para presionarlo y que no votara en contra de la reforma, de paso detuvieron a dirigentes estatales de Movimiento Ciudadano. El líder de la mayoría, Adán Augusto López, se burla de los opositores y se comunica con Barreda para que diga que está bien, sólo olvidan decir que su padre está detenido por la gente de la gobernadora.

La senadora por Michoacán, Araceli Saucedo, y el senador por Tabasco, José Sabino Herrera, que fueron elegidos por el PRD con el voto de la alianza, dejaron ese partido para irse a Morena. Ayer Saucedo gritaba que ella no era traidora y, como Yunes, decía que esos votos los había ganado ella, no la coalición que la postuló.

Marko Cortés, que jamás asume responsabilidad alguna, recordaba, después de que Yunes lo agrediera desde la tribuna llamándole traidor a su “amigo Yunes”, y añoraba los cafés que se tomaban en La Parroquia. Yunes acusó a Marko de no hacer campaña y darle las plurinominales a sus amigos, Marko acusó a Yunes de pedirle las candidaturas para sus familiares. Los dos tienen razón, pero eso nada tiene que ver con la votación de la reforma judicial.

La sesión tuvo que ser suspendida porque los manifestantes, los trabajadores del Poder Judicial, hartos de tanto circo y tanta fabulación, decidieron tomar la Cámara de Senadores. Morena, que lo hizo durante años, denuncia que es una provocación.

Horas antes, el presidente del Senado, Gerardo Fernández Noroña, trataba de convencer en forma absurda e ilegal que la mayoría calificada en el Senado no era de 86 senadores, como establece la ley y hasta los documentos de Gobernación, sino de 85, porque el 66 por ciento de 128, es 85.3.

Todo en unas pocas horas, en una de las tragicomedias más burdas que hemos visto en décadas en la política mexicana. No se trata ni siquiera de posiciones políticas ni de discutir el indefendible contenido de la reforma judicial, sino de confirmar que desde el poder estaba decidido hacer cualquier cosa para que se aprobara la reforma: detenciones arbitrarias, virtuales secuestros, extorsionar para provocar las traiciones más viles, torcer abiertamente la ley, todo se valía para sacar una reforma que se quiere vender como un remedio contra las violaciones a la justicia… violando las leyes.

Extorsionar, traicionar a cambio de beneficios legales y detener arbitrariamente a familiares de senadores son todas formas de corrupción y prácticas ilegales. ¿Alguien en Morena podría explicar qué es peor, si sobornar a un juez o extorsionar a un senador? Qué forma tiene el presidente López Obrador de terminar su sexenio y de tratar de hipotecar el de su sucesora.

Claudia Sheinbaum, que ayer tuvo su primer acercamiento real con el poder en el Heroico Colegio Militar, tenía todo para comenzar su sexenio alejada de cualquier crisis: con una amplísima mayoría en el Congreso, con la mayoría de los gobernadores de su partido, con expectativas de cambio incluso entre muchos de sus adversarios y buena predisposición de nuestros principales socios comerciales, comenzando por Estados Unidos: ¿cuál era la necesidad del presidente López Obrador de provocar una crisis imponiendo una agenda legislativa controvertida y sin sentido alguno apenas a unos días de dejar la Presidencia de la República?, ¿tanto sufría su inveterado protagonismo que no podía permitir que su sucesora, la de su partido, la que él mismo impulsó, construyera su propia agenda legislativa en sus tiempos y formas sin bordear una crisis?

Ni siquiera era necesaria la reforma para tener control sobre la Suprema Corte: con la salida del ministro Luis María Aguilar en noviembre, Morena ya podría terminar imponiendo a un ministro o ministra más que lograría frenar cualquier decisión de inconstitucionalidad.

¿Entonces, para qué este desaseo, esta inducción a una crisis de pronóstico reservado, de imponer reformas que no tienen más sentido que demostrar quién ejerce el poder? Qué forma de encuerarse políticamente, de demostrar que no son iguales a los del pasado porque aquéllos, por lo menos, cuidaban las formas y trataban de respetar los tiempos políticos y legislativos. Esta legislatura ni siquiera tolera la burla: en segundos, el mismo que llamó ladrón, loco, vividor del sistema e inútil al presidente López Obrador era recibido con ovaciones por los senadores de Morena, el Verde y el PT porque cambiaría su voto en el Senado. El mismo que dijo que el Presidente se toparía con pared contra él por sus convicciones, las abandonaba en una poca graciosa huida.

¿Qué queda al final? Una sensación de vergüenza colectiva, por el espectáculo en el Congreso. Un sinsentido convertido en pesadilla.

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