¡Qué costumbre tan salvaje, esta de enterrar a los muertos!, nos canta Jaime Sabines, el poeta chiapaneco de la muerte.
La festividad ancestral mexicana es patrimonio intangible e inmaterial de la humanidad de México, decretada por la UNESCO en el año 2008.
Esta festividad se celebra en nuestro país desde los tiempos de los mexicas y aztecas.
En menor medida se celebra en Centroamérica y ciertas comunidades de Estados Unidos.
En la antigua Teotihuacán, se acostumbraba a hacer ofrenda en honor a los fallecidos casi todo el tiempo, practicando cansados e intensos rituales con el propósito de que el difunto llegase con bien a uno de los cuatro paraísos según su forma de muerte, conteniendo comida, copal, vasijas, cuchillos, piedras de jade y semillas; utilizaban a los perros xoloescuintles para que les ayudasen a ser la luz en el paso por el inframundo y no se perdieran sin antes llegar al paraíso, sacrificándolos y enterrándolos junto con la persona fallecida.
Para los antiguos mesoamericanos, la muerte no tenía las connotaciones morales de la religión cristiana, en la que las ideas de infierno y paraíso sirven para castigar o premiar. Por el contrario, ellos creían que los rumbos destinados a las almas de los muertos estaban determinados por el tipo de muerte que habían tenido, y no por su comportamiento en la vida.
A la llegada de los españoles, fueron los misioneros cristianos quienes impulsaron lo que se conoce como mimetismo; esto ante la dificultad de erradicar los ritos de los antiguos pobladores, por lo que “cristianizaron” la fiesta en una amalgama entre las dos percepciones de ambas culturas. Dándole como fecha de celebración los día 1 y 2 de noviembre.
¿Cómo ocurrió esto?. Cuando llegaron a América los españoles en el siglo XVI trajeron sus propias celebraciones tradicionales para conmemorar a los difuntos, donde se recordaba a los muertos en el Día de Todos los Santos. Al convertir a los nativos del Nuevo Mundo se dio lugar a un sincretismo que mezcló las tradiciones europeas y prehispánicas, haciendo coincidir las festividades católicas del Día de todos los Santos y Todas las Almas con el festival similar mesoamericano, creando el actual Día de Muertos.
Otros elementos influirían en la evolución de las actuales costumbres del Día de Muertos; por ejemplo, en el centro del país, las epidemias que durante siglos azotaron a la Ciudad de México llevaron a la creación de cementerios fuera de la ciudad y fue hacia 1861 que el gobierno comenzó a hacerse cargo de los entierros. Asimismo, hacia 1859 se consolidó la costumbre de adornar las tumbas con flores y velas, visitar los panteones los días 1 y 2 de noviembre: la clase alta por las mañanas y los pobres por la tarde. La gente de clase alta aprovechaba estos días para poder estrenar sus ropas negras que preparaban desde antes para poder lucirlas en los panteones.
En cada entidad de nuestro país existen maneras propias de celebrar en este día a los difuntos. En la zona del norte y noroeste simplemente acudiendo a limpiar las tumbas, decorarlas y colocar flores, y en raras ocasiones con música y bebida.
En estados del sur del país, la celebración es más profunda: familias enteras acuden a colocar en las tumbas el altar, acompañados de bebidas y los alimentos que gustaban a los familiares difuntos; los cantos y los rezos son característica principal.
Es una convivencia plena, ya que velan el día en la creencia de que los fieles difuntos regresan en espíritu a acompañarlos y dialogar con ellos.
Este es un día de fiesta.
Y como dijera Jaime Sabines: Ante la ausencia de los muertos cantemos… ante la presencia de los muertos bailemos.
Tal cual, para el mexicano la muerte es burla y desdén: Si para morir nací pregonaba Jorge Negrete. Viene al muerte luciendo mil caprichosos colores, ven dame un beso pelona que ando huérfano de amores, cantaba Lola La Grande.
Cuando tengas ganas de morirte
esconde la cabeza bajo la almohada
y cuenta cuatro mil borregos.
Quédate dos días sin comer
y verás qué hermosa es la vida:
carne, frijoles, pan.
Quédate sin mujer: verás.
Cuando tengas ganas de morirte
no alborotes tanto: muérete y ya.