Miguel Angel Domínguez Mancillas.
“My Mexican Bretzel” (dir. Nuria Giménez, 2020) es un docu-diario (¿biográfico?) que nos exhibe los pasajes personales escritos por una tal Vivian Barrett, impresos en los videos caseros filmados por su esposo León. Un relato mudo que lentamente desciende en los rincones más sombríos de esta psique rescatada por la pantalla.
Rozando la corta duración de hora con quince, el filme va escribiendo la tumultuosa relación que tiene Vivian consigo misma, los viajes realizados junto a León y las inconvenientes ideas que surgen conforme pasan sus años adultos. Todo partiendo del incidente aéreo que sufrió su marido.
La película no es eventiva en el plano físico. Los movimientos y escenas reflejadas en pantalla son el pilar que la sostiene, sin ser el punto focal, ese reside bajo las imágenes, acobijado: los subtitulos representativos del diario de Vivian que estamos obligados a leer para entender la historia. Es este subtitulaje chismoso el que nos susurra los secretos de la señora, sus intimidades, las traiciones que comete sobre sí misma y mentiras que cuentan la verdad. Con esa frase es que da inicio el filme: “La mentira es solo otra forma de contar la verdad”.
Muchos pesos tiene esa frase a lo largo del filme, el más rechoncho siendo la disonancia entre la imagen y el texto. Las grabaciones retratan a una Vivian feliz, viajera y aventurera, envuelta entre amigos y León, comprometido, presente dentro del encuadre; una mujer que nunca para. Los textos, polo opuesto, topos que escarban los 16 mm del rollo fílmico, destapan una tristeza, insatisfacción y miedo intenso, incurable e insufrible hacia la vida. Oculto en su cerebro. Únicamente flotando en las letras del diario hoy por hoy leíble.
Ambos medios se complementan desde sus restricciones y fortalezas como herramientas para archivar al otro: la cámara dibuja fielmente lo que afronta al lente; los escritos trazan bocetos borrosos de lo externo e interno, las vísceras no vistas.
La mentira es solo otra forma de contar la verdad. Y esa mentira son los rostros que cuentan a Vivian como una mujer plena y no sus palabras hundidas bajo el yugo de un sufrir tan callado como la cinta. Todo el filme es mudo, a excepción de pocas pistas musicales y de audio, el ruido lo hace el diario y sus confesiones, lo insonoro del pensamiento.
No creo exagerar al decir que Vivian me parece uno de los personajes más interesantes del año: alguien que se sabe propiedad del engaño esparcido como una enfermedad dentro de ella, que desespera frente a la catástrofe a su alrededor, sin dejar de sonreírle a la cámara, que bajo una fortaleza de porcelana logró disfrazar las inseguridades populares, esas que a todos nos agobian, mas no a ella. Ella no enseñará sus heridas, y si la sonrisa llega a desaparecer, son meras grietas que pronto serán barridas por el tiempo. Ya no, el filme existe, la mentira es un zombie: su texto ahora la representa.
Hablando de zombies, el cine nos ha dado la oportunidad de mover a los muertos, regresarlos al mundo de los que respiran y caminan. El cine también es una posesión que se apropia de los cuerpos capturados por la cámara. Y el cine, más que nada, también es una mentira.
La cosa con “My Mexican Bretzel” es que Vivian no existió. El nombre y persona adjudicado al rostro en pantalla es invención de Nuria Giménez, la directora, y las imágenes que componen la película pertenecen a sus abuelos difuntos. Nos enteramos post-revisión. La directora ha explicado que esto no fue un intento de engaño, y se disculpa con quienes la hayan sentido como tal. Igualmente, vale la pena apuntar que conforme avanza el filme resbalan pistas o señales de que lo que estás viendo puede no ser cien por ciento verídico.
Algunos dirían que esto la coloca cerca del found-footage, y sí, podríamos asumirla como un ejemplar poco convencional del subgénero (la directora encontró las bobinas de cinta en la casa Suiza donde vivían sus abuelos).
No obstante, el found footage se liga a la ficción presentándose como realidad, mientras que acá sospecho que la realidad es solo el escenario y que todo evento y línea de texto se asume desde el inicio como una fantasía intrusa en lo real (los archivos fílmicos de sus abuelos). Actualizado sin hacer desaparecer la concepción de que los textos e imágenes contrastan desde su función como medios (uno que muestra y otro que describe) ahora el choque lo genera el propósito desde el que trabaja cada uno: los videos como recuerdos de los viajes que realizaron los abuelos de Giménez y el texto como historia transformativa. Todo esto es de lo más común en el cine: las imágenes que entrelazadas por la corriente del guión van creando una estética y emoción con personajes y situaciones. Las personas localizadas frente al camarógrafo no son menos reales por ser conscientes de para lo que posan. Pues hasta la mentira es otra forma de contar la verdad.
Dejando de lado sus construcciones e interferencias entre realidad e invención, la historia es una profundidad tristísima sobre la existencia que nos guía a ciegas, que murmura despropósitos y nos abandona sin aliento ni respuestas, con un vacío incrustado en nuestros pensamientos condenados a ser escuchados por nosotros una y otra y otra vez. Sin embargo, debes sonreír, pues la vida sigue y la cámara te apunta y tu esposo te llama y tus amigos están aquí. Ya habrá tiempo de escribir palabras que, bendito sea, nadie leerá.
“My Mexican Bretzel” estará disponible hasta el lunes 27 en el siguiente enlace [https://streaming.giff.mx/film/my-mexican-bretzel/]. Es necesario realizar un registro gratuito para ver las películas, que estará disponible hasta alcanzar mil visualizaciones.