SERPIENTES Y ESCALERAS
El presidente López Obrador no le dio a la mayoría de los mexicanos —salvo a los que reciben
sus programas sociales— apoyos económicos, estímulos, descuentos o cancelación de
contribuciones fiscales para enfrentar la crisis del coronavirus; tampoco les dio la certeza de
un líder serio y eficiente que nos condujera con certidumbre y seguridad en los momentos más
difíciles de enfermedad, muerte y desempleo por sus actitudes y mensajes erráticos,
cambiantes y contradictorios; y mucho menos fue capaz, en esta dura prueba para su gobierno
y para el país, de concitar a la unión y a la tolerancia por encima de nuestras diferencias y lejos
de eso emplazó a definiciones amenazantes y autoritarias sobre si se está con él o contra él.
Pero lo que sí nos dio López Obrador en esta pandemia es una prueba más de que tal vez
como gobernante no pueda proteger nuestra vida ni del coronavirus ni de la inseguridad y
violencia creciente en su gobierno y que quizás tampoco pueda garantizarnos trabajo,
crecimiento y desarrollo como país, pero sí puede darnos consejos morales sobre cómo vivir
nuestra vida y qué debemos o no debemos hacer para ser “buenas personas” y de esa forma
“protegernos” de un virus letal y salir de nuevo a la calle, como tendrán que hacerlo a partir de
hoy muchos mexicanos en más de la mitad de la República.
Y en eso de la moralina, nunca escatima nuestro presidente. No nos dio uno, sino 10 consejos
de vida y espiritualidad que, fiel a su costumbre mesiánica —por aquello de los 10
mandamientos y las tablas de Moisés— vienen en un decálogo que tiene de todo, desde
recomendaciones sobre buena alimentación, ejercicio y reducción de estrés, hasta preceptos
de conducta para alcanzar la humildad, la bondad y la espiritualidad: “No nos dejemos
envolver por lo material, alejémonos del consumismo, la felicidad no reside en la acumulación
de bienes materiales, ni se consigue con lujos, extravagancias y frivolidades. Solo siendo
buenos podemos ser felices”.
Digamos que a la petición que públicamente le hizo Mike Ryan, el director Ejecutivo de la OMS
para Emergencias, para que él y su gobierno nos dieran a los mexicanos “mensajes
coherentes” ante la gravedad de la pandemia en nuestro país, con sus 146 mil contagios
crecientes y sus 17 mil muertes que también siguen aumentando, el presidente López Obrador
le respondió con todo un tratado sobre “vida saludable, moralmente correcta y con
espiritualidad”, y contradiciendo totalmente a los representantes del organismo de la ONU para
la Salud, nos reiteró ayer que “lo peor ya pasó, que ya se aplanó la curva, y ya podemos
recuperar nuestra libertad y salir con cuidado”.
Nadie podría estar en contra del optimismo, la bondad , la humildad y la espiritualidad, incluso
de la buena alimentación y el ejercicio físico como una fuente de salud y, aunque se le
agradecen al presidente las buenas intenciones, si los mexicanos quisieran mejorar su calidad
de vida seguro buscarían, antes que a López Obrador a Gaby Vargas, a Miguel Ángel Cornejo
o hasta a la polémica vigoréxica de moda Bárbara Regil; y para vivir nuestra espiritualidad,
seguro que acudiríamos a un sacerdote, pastor, gurú o hasta a un monje budista y no a quien
nos gobierna; vaya hasta para desterrar malas actitudes o conductas materialistas y tratar de
encontrar la felicidad, dudo que a alguien se le ocurría que el jefe del Ejecutivo y del Estado
mexicano sea quien nos deba enseñar o aconsejar cómo vivir nuestra vida.
Por más que haya buenas intenciones en el presidente y que algunos de los puntos de su
decálogo puedan confluir con leyes y políticas públicas contra el racismo, el clasismo, el
sexismo o la discriminación, hay otras que de plano vuelven a transmitir esa idea tan arraigada
en la 4T y en López Obrador de que el “pueblo bueno y sabio” es también ignorante y tan tonto,
que ya no sólo tenemos que darle su dinerito en efectivo para que lo gaste como quiera, sino
también se le debe aleccionar, enseñar, moralizar y hasta recordarle que lo más sano “es el
maíz, el frijol y unos pollitos en el corral que no tengan hormonas” y vivir una “vida simple” sin
recursos ni preocupaciones.
Ese es el verdadero problema del decálogo del presidente y de sus actitudes cada vez más
extrañas y erráticas, totalmente alejadas, unas veces de la realidad y otras de la ciencia, la
técnica y los datos, y las más del sentido común y de su verdadera obligación como líder del
gobierno y del Estado: gobernar no es sermonear; proteger no es moralizar; apoyar no es
aconsejar y conducir a todo un país en su diversidad, complejidad y desigualdad, por la
pandemia y la crisis más dura que hayamos conocido, definitivamente no se logra sólo con
optimismo, espiritualidad y bondad, sino con decisiones, por duras e impopulares que sean, con
un liderazgo que sea capaz de ver más allá de su intuición y sus convicciones personales, y
con un estadista que esté dispuesto a administrar y manejar el dinero público para ayudar y
salvar a todos sus gobernados, no sólo a los que estén con él, mientras ignora, desprecia y
olvida a los que no quieren ser sus incondicionales.
Digamos, para resumir, que en estos tiempos tan duros y difíciles que nos tocó vivir, nos hizo
falta un líder con estatura y nos sobró un predicador iluminado que, sin menoscabo de sus
buenas intenciones y consejos, no pudo evitar que murieran tantos mexicanos —17 mil y
contando— ni ha podido hacer que los que seguimos vivos nos sintamos seguros, protegidos y
sin miedo para enfrentarnos a un virus con el que ya tenemos que aprender a vivir y convivir.
Así que si usted tiene que salir hoy a reanudar sus actividades y a ganarse la vida protéjase,
cuídese y decida usted mismo a qué santo o santón se encomienda, si a los de sus creencias
religiosas o al de Palacio Nacional.