DURO EL OFICIO DEL CLAVADISTA.

José a secas. Inicio jugando, viendo a los más grandes hacerlo en el peñón de la glorieta Sánchez Taboada.

“Empecé jugando y tengo ya 37 años tirando clavados. Me casé y tuve que trabajar, así que primero lo hacía por deporte y después por cobrar, las compañías me buscaban y me quede”.

Tanto su esposa como sus hijas no gustan de venir a verlo, al igual que en vida su padre, por considerar que es un oficio de alto riesgo.

Efectivamente, dice, es riesgoso pues a pesar de que tiene que ser un impulso libre para caer al agua se tiene que medir bien el momento, pues si hay oleaje este puede impactarlos contra las piedras o, en caso contrario, con poca cantidad de agua puedes golpear el fondo.

Se debe de ser cuidadoso ya que no cuentan con ningún tipo de seguridad social.

Los clavadistas pertenecen a una asociación con cerca de cincuenta años de creada; de los antiguos integrantes solamente quedan dos pero, añade, actualmente se han integrado ocho jóvenes.

Estos se rotan para estar al cuidado del sitio y atender a las líneas de turismo con quienes tienen una relación estrecha.

La propina es voluntaria, dice José.

“No es lo mismo trabajar con el visitante local que con el americano; unos te dan y otros no; unos te gritan que cuando te tiras cuando estamos esperando que se junte un poco más de gente y es que no saben si tenemos seguro o si nos da un percance; solo nos apoyamos los de la asociación”.

Sin embargo no cambia este oficio al que considera apasionante.

Por último comenta que hay ocasiones, sobretodo en fechas de Carnaval donde en la misma aglomeración de personas salen algunos ocurrentes, sobretodo ya ebrios, a echarse clavados y es ahí donde tienen que entrar a contenerlos y en algunos casos a rescatarlos.

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